martes, marzo 29, 2011

LA ARMÓNICA DE CRISTAL. TRAYECTORIAS SONORAS


Bienvenidos a esta sección de literatura musical. Este martes recordamos la trayectoria de Félix Mendelssohn (1809-1847), a propósito de una de las obras idóneas para acercarse a la música de cámara: su afamado Octeto en Mi bemol Mayor Opus 20 (1825). Mendelssohn fue un niño que pronto destacó, no sólo en el terreno musical, sino también por sus conocimientos sobre Poesía, Dibujo y Filosofía. A los quince años ya había escrito una ópera, doce sinfonías y una extensa relación de obras de cámara. Dos años más tarde era admirado en Europa por su Octeto y la obertura de El sueño de una noche de verano, música incidental para el texto de Shakespeare. Tras su paso por la Universidad, viajó por el continente y a los 26 años fue designado para un cargo que sería decisivo en su trayectoria y en la de toda la música europea de los años posteriores: la dirección de la orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, puesto que ocupará hasta 1843.
Es aquí donde aplicará novedades en lo referente a la concepción del concierto como recital ya no de fragmentos aislados, sino formado por obras completas, la aplicación de una mayor disciplina en la interpretación y la realización de grandes giras (de ahí su gran aceptación en Inglaterra). Asimismo, introdujo obras de Haydn, Mozart, Händel y Bach (a quien estudió a través de su maestro de contrapunto Zelter, y de quien recuperó su Pasión según San Mateo en un reestreno histórico). Sus excesivas cargas de trabajo le condujeron, sin embargo, a una temprana muerte a causa de dos apoplegías. Su extensa producción, que le ha hecho ser acreedor de la designación tradicional de un romántico "clásico" por su predilección por la elección de grandes formas y su academicismo, no ha de hacernos olvidar la frescura y vitalidad rítmica de sus primeras partituras, su espléndida escritura tímbrica, así como la concepción de la forma como una unidad orgánica, concisa, que se traslada a la continuidad de sus movimientos sin interrupción e inclusión de materiales ya escuchados.

Mendelssohn, que también tocaba el violín y la viola y conocía en gran medida el repertorio clásico camerístico, dedicó a este género un amplio listado de obras. Escribió el Octeto con tan sólo 16 años. La composición fue dedicada a su profesor de violín Eduard Rietz, cuya forma de tocar se refleja en el fraseo. La obra, que requiere una plantilla inusual formada por dos cuartetos de cuerda, es una muestra de la originalidad y destreza de la escritura de sus primeros años. Hay que recordar que otros autores se interesarán por la experimentación con dobles cuartetos como es el caso del olvidado Spohr (1823), a su vez influenciado por Andreas Romberg. Con posterioridad el Octeto de Mendelssohn será modelo para obras como el Allegro para cuatro cuartetos de cuerda de Bernardus von Bree, el Octeto en La Opus 3 de Svendsen o los sextetos de Dvorák, Brahms y d'Indy. Como sucederá con otros ejemplos, la elaboración minuciosa de Mendelssohn destaca mayormente en la música de cámara que en otros géneros, si bien la experiencia de sus sinfonías tempranas se traducirá en su concepción instrumental a gran escala (efectos como el trémolo, más indicados para pasajes orquestales). En el prefacio de la partitura el propio Mendelssohn apunta: "Este octeto debe ser tocado por todos los instrumentos en estilo sinfónico orquestal. Pianos y Fortes deben ser observados con rigor, con mayor énfasis de lo normal [...]". Además, el autor reflejó instrucciones explícitas sobre la colocación de los instrumentistas. En la obra, Mendelssohn traslada su deseo de unidad compositiva, con la introducción de materiales anteriores en el último movimiento, que es una muestra de su maestría en la utilización del contrapunto.
En España, el Octeto fue dado a conocer por la Sociedad de Cuartetos dirigida por Jesús de Monasterio en 1884 y repetido el año siguiente. Uno de los autores predilectos de Monasterio fue Mendelssohn, al que se dedicaron dos sesiones de esta agrupación en 1877 y 1889. Mendelssohn fue uno de los compositores mejor acogidos por el público asistente a estas sesiones de música de cámara (especialmente, su Quinteto en Si bemol Opus 87) y la crítica lo calificó pronto como "clásico". Así, el crítico Esperanza y Sola defendió en 1893 sus últimas obras de los escritores wagnerianos: "[...] su educación musical y sus convicciones artísticas le hacían ser tan austero discípulo [...], que en más de un caso ahogó con las fórmulas escolásticas las ideas, aun a trueque de aparecer menos inspirado que en realidad lo era".
Nos encontramos en esta obra, perteneciente a su etapa más romántica (luego se inclinará por una escritura más "neutra" y "clasicista"), con una típica conexión con la Literatura, en este caso, la referencia a  Fausto de Goethe, manifestada en el brillante Scherzo, en el que introduce su tradicional gusto por la descripción de escenas. Es necesario recordar que el trato con el escritor databa de su juventud y más tarde escribirá otras partituras en las que reflejará esa estrecha influencia. Los versos que inspiraron el tercer movimiento son los siguientes:


 
Nubes volando y nieblas brumosas
Reluciendo nos van cubriendo
El aire las para, con prisa las sacude,
Y toda su pompa se desvanece.

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