martes, junio 01, 2010

ONDAS Y ESFERAS


Bienvenidos un nuevo martes a este encuentro con la literatura musical. Hoy trataremos el, a veces, controvertido pero apasionante tema del encuentro entre Occidente y Oriente, a propósito de una de las primeras obras del japonés Töru Takemitsu (1930-1996), autor más popular por sus numerosas bandas sonoras cinematográficas. La educación autodidacta de este compositor se inició, según cuentan sus biógrafos, a partir de una experiencia mientras trabajaba con catorce años en un refugio bajo tierra en 1944 durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en una ocasión en que pudo escuchar una canción francesa cuando comenzó a perfilarse su vocación como compositor. Su necesidad de formación le condujo al estudio de la música de Debussy, Berg, Messiaen, autores que le influyeron decisivamente como Boulez (su Piano Distance evoca la Tercera Sonata para piano del francés) y más tarde Cage (se encontraron en 1964). 
Si bien en sus últimos años optó por un lenguaje más tonal, durante la década de 1950 y parte de la siguiente (en la que comienza a introducir instrumentos del gagaku), desarrolla el período más radical, al que pertenece Solitude Sonore (1958). En esta pieza se muestran ya algunas de las preferencias del autor, como su fascinación por las campanas y los jardines, el refinamiento tímbrico y la importancia de la melodía y del silencio, así como su habilidad para suscitar imágenes ensoñadoras. Takemitsu pretende superar una parte de la crítica, centrada en los estereotipos de "pasividad" y "decorativismo" para las músicas asiáticas, definiéndose como un compositor  de obras misteriosas a la manera de un "pergamino pintado desenrollado".
En cualquier caso, las concepciones circular-occidental y como elemento del "azar" existencial asiática, continúan suscitando un extenso debate del que participaron en su momento Boulez, Cage y Stockhausen, y que persiste enriqueciendo nuestra perspectiva sonora.

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