martes, mayo 24, 2011

LA ARMÓNICA DE CRISTAL. TRAYECTORIAS SONORAS



Hola, bienvenidos a La armónica de cristal. En este año, centenario de la muerte del gran Gustav Mahler (1860-1911), hemos escogido hoy su particular adiós expresado en la sexta de las piezas de La Canción de la Tierra, que tiene el emocionante título de La Despedida. Mahler, nacido en Bohemia de origen judío y formado en el Conservatorio de Viena con profesores como Fuchs, Epstein y Bruckner, fue compañero de estudios del ya recordado en esta sección Hugo Wolf. En la Universidad cursa estudios de Literatura e Historia y, tras sucesivos cargos como director de orquesta, pasa a ocupar durante diez años dicha plaza en la Ópera de Viena, puesto que será determinante en la transformación de los gustos del público, en la renovación e introducción de obras nuevas, especialmente alemanas y austríacas, y en el perfeccionamiento de la interpretación de este repertorio, que pasará a estar marcado por el sello perfeccionista y pragmático de Mahler.
A ello hay que sumar su adhesión al movimiento estético de la Secesión vienés, gracias a su relación con el pintor Alfred Roller y a su matrimonio con Alma Schindler, mujer ligada a ambientes intelectuales de primer orden.
Mahler será, asimismo, un apoyo crucial en la nueva Sociedad de Música Contemporánea de Viena, fundada, entre otros, por Arnold Schönberg, y de la que aceptará la presidencia de honor. Schönberg le dedicará también su Teoría de la Armonía, indicando: "[...] quiero que este libro venza mi respeto de modo que nadie pueda pasarlo por alto cuando digo: He aquí uno de los hombres verdaderamente grandes". Pese a todo, Mahler debió enfrentarse a la censura y las cada vez más manifiestas posiciones antisemitas de una parte de la sociedad vienesa, lo que le instó a abandonar su puesto como director en 1907 y a aceptar un contrato en Nueva York. Ese año será también decisivo para el compositor, porque en él se suceden el fallecimiento de su hija mayor María y los primeros indicios de su enfermedad, una afección cardíaca. En cualquier caso, como relata Alma en su diario, los cuatro años restantes, pese a ser asumidos por Mahler como "el principio del fin", serán excepcionalmente fructíferos, pues su limitación a la escritura en tiempo estival debido a su agenda como director, será menor y en ese período firmará las sinfonías VII, VIII, IX y esbozos de la X, junto con La Canción de la Tierra. En 1911, tras un concierto, Mahler sufre un emperoramiento de su salud y es trasladado a París y más tarde a Viena, donde muere. Mahler se consideraba, ante todo, un compositor, si bien la propaganda nazi contribuyó a su olvido durante décadas. Es a mediados del siglo XX cuando se inicia una lenta revalorización de su producción. Alejo Carpentier se hace eco del centenario de su nacimiento y equipara su falta de reconocimiento con la de Brahms. El mismo Mahler, en 1906, había reconocido el carácter extemporáneo de sus obras, comparándolas con las exitosas de Richard Strauss. La incomprensión hacia Mahler ha sido, en parte, debida a la excesiva duración y acumulación de medios de sus sinfonías, donde la heterogeneidad no impide la aplicación de nuevos medios como la prolongación y ensanchamiento del material y de la textura, la yuxtaposición de tonalidades y la búsqueda de desconocidos timbres.
El lirismo de Mahler, manifestado en sus ciclos de canciones (Canciones del Caminante, El cuerno mágico del niño, Canciones sobre los niños muertos), y a través del descriptivismo de sus sinfonías, alcanza en La Canción de la Tierra las más altas cotas. En ella se revelan el pesimismo y la esperanza existenciales que le llevarían a escribir: "¿Revelará la muerte el significado de la vida?". Mahler era un gran amante de la Naturaleza, lo que le conducía a disfrutar de largos paseos. Ese sentimiento se plasma en esta obra de 1908, que no será estrenada hasta seis meses después de su fallecimiento, y que no tituló como "sinfonía IX" por el carácter supersticioso que este número implicaba para un compositor. Sin embargo, La Canción de la Tierra consta de seis movimientos ensamblados en una concepción sinfónica (su título completo era el de Una sinfonía para voz tenor, alto (o un barítono) y orquesta basada en La Flauta China de Hans Bethge). En 1907, su amigo Theobald Pollack le regala una recopilación de poemas chinos de Li-Tai-Po, titulada La Flauta China. Mahler escribirá seis movimientos independientes titulados: 1. Oscura es la vida, oscura es la muerte; 2. El solitario en otoño; 3. De la juventud; 4. De la Belleza; 5. El borracho en primavera y 6. La Despedida.
La sexta pieza es la más extensa y equivale a la suma en duración de las anteriores. En ella se refleja una atmósfera melancólica, que va evolucionando en opuestos estados de ánimo reflejados en los modos mayor y menor, a partir de un motivo de tres notas. Mahler incluye también elementos del lenguaje musical chino como escalas pentatónicas e instrumentos como el gong, que se suman en su típica audacia instrumental, al arpa, la celesta, etc.

La Despedida.
El sol se despide detrás de las montañas.
En todos los valles baja el atardecer
con sus sombras, llenas de frío.
¡Oh, mira! Como una barca argéntea,
cuelga la luna alta en el mar del cielo.
¡Noto cómo sopla un frágil viento
tras los oscuros abetos!
El riachuelo canta lleno de armonía a través de la oscuridad.
Las flores palidecen a la luz del crepúsculo.
La tierra respira llena de tranquilidad y de reposo.
¡Todo anhelo quiere ahora soñar,
los hombres cansados vuelven al hogar
para aprender nuevamente, en el descanso,
la felicidad y la juventud olvidadas!
Los pájaros se encogen tranquilos en sus ramas.
El mundo descansa...
El viento sopla frío por las sombras de mis abetos.
Yo estoy aquí, y espero a mi amigo,
espero su último adiós.
Oh, amigo, deseo fervientemente gozar
contigo de la belleza de este atardecer.
¿Dónde estás? ¡Me dejas demasiado tiempo solo!
Camino de un lado para otro con mi laúd
por campos cubiertos de hierba tierna.
¡Oh, belleza! ¡Oh, mundo ebrio de amor y de vida eternos!
Bajó del caballo, y le ofreció el brebaje
de la despedida. Le preguntó hacia dónde
se dirigía, y también por qué tenía que ser así.
Habló, y su voz estaba anegada de lágrimas:
¡Oh, amigo mío,
la fortuna no fue benevolente conmigo en este mundo!
¿Adónde voy? Voy a errar por las montañas.
Busco la tranquilidad para mi corazón solitario.
Hago camino hacia la patria, hacia mi hogar.
Ya nunca más vaguearé en la lejanía.
Mi corazón está tranquilo y espera su hora.
¡La querida tierra florece por todas partes en primavera y se llena de verdor
nuevamente! ¡Por todas partes y eternamente resplandece de azul la lejanía!
Eternamente... eternamente...

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