Ciego, ¿siempre será tu ayer mañana?
¿Siempre estará tu pandereta pobre
estremeciendo tus manos crispadas?
Yo voy pasando y veo tu silueta
y me parece que es tu corazón
el que se cimbra con tu pandereta.
Yo pasé ayer y supe tu dolor:
dolor que siendo yo quien lo ha sabido
es mucho mayor.
No volveré por no volverte a ver,
pero mañana tu silueta negra
estará como ayer:
la mano que recibe,
los ojos que no ven,
la cara parda, lastimosa y triste,
golpeando en cada salto la pared.
Ciego, ya voy pasando y ya te miro,
y de rabia y dolor —qué sé yo qué—
algo me aprieta el corazón,
el corazón y la sien.
¡Por tus ojos que nunca han mirado
cambiara yo los míos que te ven!
Pablo Neruda. Crepusculario (1923).
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