miércoles, octubre 05, 2011
MÁGICO BOSQUE
"Mientras serpenteábamos por la interminable carretera y el sol se hundía cada vez más a nuestra espalda, empezaron a envolvernos las sombras de la noche, acentuadas por el hecho de que en la cumbre nevada de las montañas se demoraba el crepúsculo, que parecía difundir un brillo de un rosa delicado y frío. Veíamos de cuando en cuando a checos y eslovacos, todos ellos con atuendos pintorescos, pero observé que el bocio abundaba lastimosamente. Al borde de la carretera había muchas cruces, ante las que todos mis compañeros se santiguaban. Aquí y allí se veía un campesino o campesina arrodillados ante un santuario, y ni siquiera se daban la vuelta al aproximarnos nosotros: sumidos en el autoabandono de la devoción, al parecer no tenían ojos ni oídos para el mundo exterior. Había muchas cosas que me resultaban nuevas: por ejemplo, almiares en los árboles, y hermosos bosques de sauces llorones desperdigados, sus troncos blancos y brillantes como la plata, entre el delicado verde de las hojas. De cuando en cuando adelantábamos a una carreta, el transporte corriente de los campesinos, con su larga vértebra como de serpiente, calculada para adaptarse a las irregularidades de la carretera. En ellas siempre iba un nutrido grupo de campesinos que regresaba a casa; los checos, con sus pieles de cordero blanco, y los eslovacos, de colores. Estos últimos llevaban largos bastones a modo de lanza con un hacha en el extremo. Al caer la noche, empezó a hacer mucho frío y el crepúsculo creciente parecía sumergir en una única neblina oscura la tenebrosidad de los árboles -robles, hayas y pinos-, aunque en los valles, que se extendían profundos entre los espolones de las colinas a medida que ascendíamos por el desfiladero, se destacaban los oscuros abetos contra el fondo de nieve reciente. A veces, como la carretera se abría entre bosques de pinos, que en la oscuridad parecían cerrarse sobre nosotros, las grandes masas de color gris que se derramaban sobre los árboles producían un efecto particularmente misterioso y solemne, que fomentaban los pensamientos y macabras fantasías engendrados a primeras horas de la tarde, cuando el sol poniente proporcionaba un extraño relieve a las nubes fantasmales que entre los Cárpatos parecen culebrear incesantemente por entre los valles. Otras veces, las colinas eran tan escarpadas que, a pesar de la prisa del conductor, los caballos sólo podían remontarlas despacio. Yo quise apearme y subirlas a pie, como hacemos en mi país, pero el conductor no quiso ni oír hablar de ello".
Bram Stoker (1847-1912). Dracula. 1897.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario