martes, octubre 18, 2011

LA ARMÓNICA DE CRISTAL. TRAYECTORIAS SONORAS



Bienvenidos a La Armónica de Cristal, este martes dedicada al compositor austríaco Anton Bruckner y, en concreto, a una de sus obras más conocidas, su Te Deum para solistas, coro, orquesta y órgano ad libitum W AB 45, escrito en 1884. Nos referimos hoy a uno de sus más representativos títulos dentro de su producción, marcada determinantemente por la profunda religiosidad del compositor. Gran intérprete de órgano, profesor en el Conservatorio de Viena desde 1868 y en la Universidad de Viena desde 1875, Bruckner es un autor cuyo reconocimiento por parte del público fue muy lento y su trayectoria, coincidente con figuras como Brahms, Mahler y Wolf, denota una marcada personalidad, no siempre comprendida por auditorio y crítica.
 Por otra parte, la influencia decisiva del lenguaje instrumental y armónico de Wagner, que comienza desde la representación de Tannhäuser dirigida por su profesor Otto Kitzler en Linz y se acentúa con el estudio de sus obras a partir de 1863 y su encuentro posterior con el compositor alemán, a quien dedicará su Tercera Sinfonía (la Séptima también es un testimonio de admiración tras su fallecimiento), le granjeó la oposición del sector antiwagneriano en Viena, encabezado por el crítico Eduard Hanslick. Otro hecho decisivo en su devenir vital será la curación de una enfermedad neurológica en 1867, tras cuya crisis Bruckner escribirá su Misa en Fa menor. Este sentimiento de gratitud hacia Dios se acrecentará en toda su obra, que, después del año siguiente se centrará en el repertorio sinfónico. Éste se sumará al catálogo integrado por piezas religiosas (siete Misas, Salmo 150, numerosos motetes. Bruckner será designado como comisionado del Movimiento Cecilianista), música de cámara, etc. 
El Te Deum fue iniciado en 1881 y completado en 1884, período en que compone sus sinfonías Sexta y Séptima (el diseño melódico de su último movimiento presenta similitudes con el segundo movimiento de ésta), y en el que comienza el mayor éxito de recepción de sus obras. A diferencia de la mayoría de éstas, la publicación apenas presenta modificaciones respecto al manuscrito inicial (la obsesión por la perfección instaba a Bruckner a la realización de numerosas revisiones).  La composición fue estrenada en 1885 en versión con acompañamiento de dos pianos y en enero del siguiente año en Viena, bajo dirección de Hans Richter. El Te Deum fue, junto con la Séptima Sinfonía, el título de Bruckner más interpretado en vida del autor.
La obra está concebida en un estilo coral sinfónico, opuesto al estilo arcaizante de sus primeros títulos sacros. Presenta, no obstante, una riqueza que se manifiesta en la sucesión de texturas diversas contrastantes con pasajes a tutti con escritura coral en acordes, secciones a cappella que recuerdan a motetes y otras para los cuatro solistas vocales. Dentro del catálogo de piezas que llevan este título, el Te Deum de Bruckner es una de las que presentan mayor carácter litúrgico, si comparamos con ejemplos como el de Berlioz. La partitura está dividida en cinco secciones conectadas, los movimientos inicial y final en la tonalidad de Do Mayor (también utilizada en su última obra religiosa de 1892, el Salmo 150), segundo y cuarto en Fa menor (Misa Número 3, la más mozartiana y compleja) y tercero en Re menor. El requerimiento de solistas y violín solo (éste realizando progresiones secuenciales y escalas ascendentes), que nos trae a la memoria la Missa Solemnis de Beethoven, se halla  presente también en su Misa Número 3 y el Salmo 150, así como la escritura de cuerda típica del autor (conviene recordar la influencia en Bruckner de la concepción organística de sus pasajes de gran densidad seguidos de otros de carácter meditativo e improvistario). A lo largo de la partitura, la indicación O A M D G (Omnia Ad Majorem Dei Gloriam) reitera el mensaje de alabanza divino, que reproducimos hoy, en memoria de Ana Morán. Comienza con Te Deum laudamus, Te Dominum confitemur y finaliza con la esperanza que refleja el texto: In Te, Domine, speravi: Non confundar in aeternum.



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