Me asomo a la ventana y no estás, Antonio Vega. La luz de la mañana entra en la habitación, los ecos de tus canciones no paran de sonar en todas las emisoras. Todo el mundo está sorprendido de las colas que se formaron en
En la esquina de esta calle larga de Catabois caminamos a grandes pasos sin rumbo fijo a modo de duelo. No conseguimos olvidarte, ni lo queremos. El azul del mar se mezcla con el gris del duelo. Nos dejamos llevar por ti, esperamos por ti. Sentimos el temor azul de las preguntas por la inmortalidad. Nos dejamos llevar por ti. Avisamos a nuestros alumnos de los peligros acechantes que vencen a los grandes poetas a la vuelta de la esquina. Esos peligros que los vuelven inmóviles y grises de los pasos en falso.
Queremos decirte hasta luego y no adiós. Ha de haber un lugar para encontrarnos en el tiempo que viene, un bar donde se confundan nuestros sueños. Es el momento de escucharte y derretir el hielo que intenta enfriarnos. Las noches que vienen estarán un poco más oscuras. Soportaremos esta pequeña condena. No creemos en más infierno que tu ausencia. Paraísos sin ti, los rechazamos.
La luz de tu ventana entra en todas las clases; se filtra entre los libros de la biblioteca; recorre nuestros pasillos silenciosos. Nuestra pena se comporta como una chica solitaria que no tiene con quien hablar. No hay nada mejor que imaginarte iluminado por una luz indescriptible. Por favor, allí donde estés, no dejes te cantar a los colores vivos de las flores. Por hoy es suficiente. Queda recordarte, vivo y sin temores, mientras, a nuestro lado crecen los árboles de tus ilusiones. Nunca es demasiado tarde para comprender. La luz de la mañana entra en nuestra habitación. Mi cabeza da vueltas persiguiéndote.
Jose Rodal.
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