martes, abril 12, 2011

LA ARMÓNICA DE CRISTAL. TRAYECTORIAS SONORAS


Bienvenidos a La armónica de cristal. Este martes volvemos a Francia con el recuerdo de uno de los autores del denominado grupo de Les Six: Francis Poulenc (1899-1963). Miembro de una acomodada familila propietaria de una famosa industria química, este parisino recibió sus primeras enseñanzas musicales de la mano de su madre, una pianista aficionada. Estos estudios fueron continuados con el renombrado pianista español Ricardo Viñes y Charles Koechlin, éste último en el terreno de la Composición. Los triunfos de Poulenc fueron precoces y muestran ya su típico refinamiento en la escritura (ejemplo de ello son la Rapsodia negra y los Movimientos perpetuos para piano), así como la influencia clara de Jean Cocteau y Satie (humor, gusto por las miniaturas musicales), si bien no debe negarse las de Chabrier y Stravinski, a distinto nivel. En estos primeros años, comparte con otros miembros de Les Six (Milhaud, Durey, Auric, Honegger, Tailleferre) el gusto por el Jazz, los music-halls, los deportes y otros avances de la vida urbana que caracterizaron los "felices años 20". De hecho, Poulenc llegó a autodenominarse portavoz del grupo en el conocido manifiesto de 1918 Le Coq et l'harlequin, en el que se proclama la clara oposición tanto a la estética wagneriana como a la de Debussy. En 1924 estrena con gran éxito Les Biches (Las Ciervas), lo que le supone la equiparación por muchos como "nuevo Mendelssohn".
Sin embargo, a finales de la década de 1920, su situación económica y distintas desgracias personales van a iniciar una nueva etapa, que culminará en 1936, con su conversión al Catolicismo y un cambio radical en su música, que asume mayor seriedad. Poulenc destacará en la música de cámara, para la que escribió una estimable producción. También escribirá cuatro conciertos (destacando el Campestre para clave de 1928 y el de órgano, de 1936), quince volúmenes de obras para piano, tres óperas y unas 125 canciones, que se encuentran entre lo mejor de su catálogo (Cocardes). Algunos críticos han destacado una cualidad paradógica en la vida y obra de Poulenc (Claude Rostand en 1950 lo calificará de "mitad monje, mitad hereje"),  un autor que en 1945 escribirá sobre textos del comunista Paul Elouard su cantata Figura humana y también numerosas canciones, pero que al mismo tiempo, mantiene una posición profundamente religiosa que culminará con la ópera de 1956 Diálogos de Carmelitas (sobre textos de Georges Bernanos. A Los senos de Tiresias, de su primera fase hay que añadir en 1958 la ópera de un personaje La voz humana, basada en el drama de Cocteau).
Este cambio de postura hacia el repertorio religioso fue fruto de una crisis personal que el propio compositor definió como "experiencia iniciática que transformó mi vida". Recordemos que autores del Grupo de Les Six como Honegger y también el suizo Frank Martin habían escrito obras en esta línea en la década de 1920. Pero es en el verano de 1936 cuando Poulenc dará un giro vital y artístico, convirtiendo su estilo ligero y optimista en otro marcado por la sencillez meditativa. En el verano de 1936, durante unas vacaciones en Uzerche, ensayando obras para la temporada siguiente con el barítono Pierre Bernac, recibe la noticia del fallecimiento de su amigo, el crítico y compositor Pierre-Octave Ferroud en un accidente automovilístico en Hungría (17 de agosto). Poulenc decide entonces peregrinar  con Bernac al santuario de la Virgen de Rocamadour (Sudoeste de Francia), a unos kilómetros de donde se encontraban, y del que había oído hablar a su padre. Lugar de atracción religiosa de toda Europa, la ermita, erigida en un peñasco escarpado, rodeado de espesos bosques, contiene una imagen de la Virgen que data del siglo IX y su nombre alude al descubrimiento del cuerpo incorrupto del ermitaño San Amador (identificado por algunos como el eremita Zaqueo). La devoción hacia esta imagen milagrosa se extendió incluso a España (zona de Estella, Navarra). Tras esta primera visita, Poulenc decide componer la obra que hoy traemos al recuerdo: sus Letanías a la Virgen Negra de Rocamadour, para coro femenino a tres voces y órgano. Fueron escritas en el transcurso de una semana (22 al 29 de agosto de ese año) y son una muestra de gran belleza y expresividad condensada en tan sólo ocho minutos de duración. El estilo modal en las voces se apoya en los acordes cromáticos del órgano. La sencillez, austeridad e intuición de este gran melodista se unen en un intento de recuperación del espíritu de la Escuela Romana de polifonía clásica del siglo XVI. Los delicados coros serán de nuevo empleados en sus conmovedores números de Diálogos de Carmelitas. A las Letanías le seguirá una serie de obras religiosas: Misa en Sol (1937), Cuatro motetes para un tiempo de penitencia (1939) Exultate Deo y Salve Regina (1941), todas para coro a cappella, su obra maestra Stabat Mater (1951) y Gloria (1959).

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