lunes, marzo 23, 2015

ARTEMATEMÁTICA


Hoy, 23 de marzo, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Emmy Noether, famosa por sus aportaciones al álgebra, publicamos la propuesta de nuestras compañeras de Matemáticas   correspondiente al mes de noviembre: un paisaje sonoro, en el que los números definen siluetas de un bucólico escenario, coloreadas bajo el esplendor de concordancias armónicas para nosotros indescifrables... y el 5 retratado como clave arquitectónica que nos sorprende y nos mantiene en el desconcierto antes de descender el último peldaño.


Balada de los números

José Verón Gormaz

Un monte me sostiene y el sol traza mi
sombra.

Bajo el peso ligero de mis ojos
los números se extienden,
signos en la materia polícroma del valle.

Junto al camino;
al amparo del único ciprés,
los huesos de un centauro son la nada,
lo que un cero perdido significa.
Pero el árbol esbelto y verde oscuro,
el ciprés solitario de funeral ternura,
es la unidad, lo simple, lo que empieza.
Y ese abrirse la estrada de dos senderos,
como el eco sonoro y los amantes,
trama el sentido del número segundo.
Y las hojas menudas del trébol atrevido
que, retando a mis pies, surge del suelo
¿no son principio, centro y fin, como reclama
el tres para ser cifra?

Si mis brazos extiendo y miro el horizonte,
siento cruzar los puntos cardinales:
cuatro,
y en ellos flota el viento caprichoso
que el fuego misterioso siembra de humo,
y la tierra y el agua se cortejan
con fluvial armonía.

En lo agreste hay un cinco,
digital y bucólico,
que significa paz.

Desde el valle se aniebla
la sangre de los números.

Veo un seis en el paisaje vivo,
en la hermosa parcela de universo
que la tarde y el tiempo seducen con amor.

Lejos,
heredero de lluvias,
el puente celestial del Arco Iris:
siete colores presta al firmamento,
y la leyenda eterna, siete enigmas.

Hay quietud; todo es perfecto y mesurado
como si fuese un ocho la campiña.
Tal vez las nueve musas no están lejos
de la alameda que ríe junto al río,
y el cielo sea un diez incontenible y puro.

Ocultos al orgullo de las urbes,
los números construyen sinfonías
y definen aromas planetarios,
espejos del infinito y de la nada. 
   


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