
Veinte miradas... está integrada por veinte piezas de considerable dificultad para el intérprete, en las que lleva a cabo su exploración del ritmo, elemento fundamental en su producción. La herencia inmediata francesa se trasluce en la utilización de temas recurrentes que proporcionan unidad formal y que simbolizan el Amor Místico, la Estrella y la Cruz, la Alegría y Dios. El desplazamiento de registros de los motivos define una intrincada propuesta, en la que, como es habitual en el autor, caben elementos armónicos y rítmicos de músicas griegas, talas indios y cantos de pájaros, al tiempo que asociaciones a los colores, al Arco Iris, a campanas, espirales, etc. La religiosidad humanística del músico le lleva a incorporar incluso fuentes profanas como el Jazz (motivos en las piezas décima y décimoquinta). El propio compositor manifestó sobre las
Veinte miradas...,
preguntado acerca de su estilo, insuficientemente comprendido por la crítica de su momento, su constante búsqueda de "una música que sea sangre nueva, gesto que habla, perfume desconocido, pájaro sin sueño. Una ventana como una ventana de iglesia, un remolino de colores complementarios. Una música que expresa el fin del tiempo, la ubicuidad, los cuerpos transfigurados, los misterios divinos y sobrenaturales".
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