
Bienvenidos una semana más a nuestra sección literario-musical, hoy dedicada a una de las grandes figuras de la composición en España en la segunda mitad del siglo XX: Francisco Guerrero (1951-1997). Nacido en Linares (Jaén), estudió con su padre y Juan Alfonso García en Granada. Más tarde se trasladó a Madrid, donde se integra en el laboratorio de Luis de Pablo en 1969. Ese año ganó el Premio de Composición
Manuel de Falla con su obra
Facturas. 1975 es una fecha crucial, puesto que con su pieza
Actus comienza la aplicación de procedimientos matemáticos, en concreto, de combinatoria. De esa etapa son ejemplos el
Concierto de Cámara,
Anemos C,
Ariadna y
Antar Atman, en los que muestra una original manipulación de energía.



En la década de 1990, su interés se concentra en las geometrías fractales, con obras conectadas a la Física y la Teoría del Caos, así como la colaboración del ingeniero informático Miguel Ángel Guillén. Destacan las piezas
Sáhara,
Oleada y
Coma Berenices. Esta última, de 1996, es un ejemplo de la técnica empleada por Guerrero: extrema dificultad para los intérpretes, bloques de color, masas y texturas (aquí refleja su admiración por Varése), uso de la microinterválica, gran originalidad e inventiva musical, estructuras llenas de detalles y su preocupación por la dimensión y rugosidad de los sonidos, a través de su capacidad para plegarse y doblarse como elementos de la Naturaleza. La influencia de Xenakis es superada por una musicalidad dramática y arrebatadora. Esta partitura, junto a su obra camerística
Zayin, reúne todos los procedimientos empleados en la evolución de la producción de este autor muerto prematuramente, pero que ejerció su magisterio en alumnos como Adolfo Núñez, David del Puerto o Jesús Rueda, y que, como señala el musicólogo Stefano Russomano, deseaba iniciar una nueva etapa, que hubiera sido plena en obras magistrales.
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