viernes, diciembre 09, 2011

MÁGICO BOSQUE




   "La selva estaba a dos pasos de distancia. Ambos se internaron en ella, corriendo a gran velocidad. A cada paso que daban para alejarse, la marcha se hacía más difícil.
   Por todas direcciones, surgían espesísimos matorrales y rastrojos a través de los enormes árboles que alzaban su grueso y nudoso tronco a una altura extraordinaria, y por todas partes se deslizaban entrecruzándose como boas monstruosas miles de raíces.
   Los dos piratas, desconcertados en medio de aquella espesísima selva virgen, se encontraron enseguida ante la imposibilidad de avanzar más rápido. Hubiera sido oportuno contar con un cañón para abatir aquella muralla de troncos, árboles y de raíces, pues de otra manera, no se podía avanzar.
-¿Qué hacemos, Sandokan?- preguntó Yáñez- . Yo no sé por dónde pasar.
-Haremos como los monos- dijo el Tigre de Malasia-. Para nosotros es una maniobra familiar.
-¿Se habrán internado ya en esta selva los ingleses?
-¡Hum! Lo dudo, Yáñez- repuso Sandokan-. Si nosotros, que estamos mucho más acostumbrados que ellos, a salvar los obstáculos de la selva, ahora estamos fatigados, puedes imaginarte las condiciones en las que se hallarán ellos; no habrán podido dar ni diez pasos. De todas formas, hay que intentar salir de aquí lo antes posible, pues el lord tiene unos tremendos perros, y esos condenados animales, podrían atacarnos por la espalda en cualquier momento.
-Tenemos puñales para matarlos, Sandokan.
-Son más peligrosos que los hombres, Sandokan.
   Agarrándose a las lianas y al ramaje de los árboles, los dos piratas escalaron aquella muralla vegetal con una agilidad que hubiera dado envidia a los propios monos.
   Subían, descendían y luego volvían a subir, atravesando aquellos laberínticos enredos vegetales y deslizándose a través de aquellas desmesuradas hojas de los plataneros, mallas mucho más infranqueables que los recintos amurallados de los castillos.
   Así recorrieron quinientos o seiscientos metros no sin haber estado expuestos, en más de una ocasión, al peligro de caerse desde aquellas elevadísimas alturas que daban vértigo. Finalmente se detuvieron ante las ramas de un buá mamplam, planta que produce un fruto no muy del gusto del paladar europeo, ya que está impregnada de un fortísimo olor a resina, pero que es enormemente nutritivo como alimento para los indígenas o los autóctonos de aquellos lugares".



Emilio Salgari (1862 -1911). Los tigres de Mompracem. 1896.

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